"LOS CHICOS DE HISTORIA"
Sábado 7 y domingo 8 de noviembre (8 tarde)
Autor: Alan Bennett.
Dirección: José María Pou.
Interpretes: José María Pou, Josep Minguell, Maife Gil, Jordi Andújar, Nao Albert, Javier Beltrán, Oriol Casals, Alberto Díaz, Xavi Francès, Llorenç González, Jaume Ulled, Ferran Vilajosana.
Escenografía: Paco Azorín.
Vestuario: María Araujo.
Iluminación: Pep Gàmiz.
Espacio sonoro: Jordi Ballbé.
Dirección musical: Sergi Cuenca.
Sábado 7 y domingo 8 de noviembre (8 tarde)
Autor: Alan Bennett.
Dirección: José María Pou.
Interpretes: José María Pou, Josep Minguell, Maife Gil, Jordi Andújar, Nao Albert, Javier Beltrán, Oriol Casals, Alberto Díaz, Xavi Francès, Llorenç González, Jaume Ulled, Ferran Vilajosana.
Escenografía: Paco Azorín.
Vestuario: María Araujo.
Iluminación: Pep Gàmiz.
Espacio sonoro: Jordi Ballbé.
Dirección musical: Sergi Cuenca.
“Los mejores momentos de la lectura son aquellos en los que te encuentras con algo -un pensamiento, una sensación, una manera de entender el mundo- que hasta entonces creías que era íntimamente personal, que sólo era tuyo; y ahora, de repente, lo encuentras expresado por alguien, una persona a la que ni siquiera conoces, o que hace tiempo que ha muerto incluso. Y es como si del libro surgiera una mano y cogiera la tuya.”
Héctor
Héctor
(personaje profesor de “Los chicos de historia”)
"Los chicos de historia es una obra sobre la educación en la que se narran las aventuras de ocho estudiantes británicos con mucho talento pero que todavía están por pulir y cuyos mundos cambian definitivamente cuando dos profesores que tienen diferentes formas de entender la pedagogía confrontan sus métodos, es el punto de partida de la obra de Alan Bennett “Los Chicos de Historia”, montaje que dirige José María Pou, autor además de la traducción al castellano.
Los Chicos de Historia presenta a un grupo de estudiantes que quieren comerse el mundo y a un grupo de profesores que, en algunos casos, están demasiado hartos y en otros casos tienen demasiado apetito. Los primeros se manifiestan a través de un grupo de chicos trastocados por el sexo, los deportes y el caos propio de la época en la que viven, mientras que las cuestiones que afectan a los segundos se evidencian a través de las personalidades de Irwin y Héctor, dos maestros diametralmente opuestos en sus métodos que unas veces ayudan a los alumnos y otras les marean. Todos ellos se embarcan en el largo viaje del conocimiento “de forma emotiva, inteligente y divertida”, apunta Pou.
Uno de los docentes, Irwin, es un recién licenciado en Oxford, joven y emprendedor, que el director del centro ha contratado para que ponga a los alumnos en forma ya que parece poseer un método infalible para que los estudiantes puedan afrontar con garantías las pruebas de acceso que les abrirán las puertas de universidades tan prestigiosas como las de Oxford y Cambridge. Héctor, por su parte, es el inconformista y clásico profesor de literatura que se salta todas las reglas intentando ayudar a los estudiantes a descubrir su propia sabiduría y el encargado de impartir una asignatura en la que se aprende lengua, literatura, teatro, cine y música; es decir, todo aquello que, en opinión de la cúpula de la escuela, no sirve para nada. Los diferentes criterios pedagógicos de ambos darán pie a la disputa que se entabla entre ellos por conseguir la lealtad, las mentes e incluso los corazones de los alumnos y lo que, en definitiva llevaría aparejada tanto la impartición de lecciones fundamentales como la puesta al descubierto de los defectos de cada uno de ellos.
La pieza se desarrolla en una pequeña escuela pública masculina del norte de Inglaterra en la década de los años ochenta, aunque hace una evocación de un método educativo propio de la época formativa de Bennett, cuando se entendía “la educación como estímulo del deseo de conocimiento frente a la cultura como mero trampolín para puntuar y colocarse en sociedad. La diferencia capital, en definitiva, entre saber e información”, según señala el escritor y crítico Marcos Ordoñez en la presentación de la pieza.
Los Chicos de Historia presenta a un grupo de estudiantes que quieren comerse el mundo y a un grupo de profesores que, en algunos casos, están demasiado hartos y en otros casos tienen demasiado apetito. Los primeros se manifiestan a través de un grupo de chicos trastocados por el sexo, los deportes y el caos propio de la época en la que viven, mientras que las cuestiones que afectan a los segundos se evidencian a través de las personalidades de Irwin y Héctor, dos maestros diametralmente opuestos en sus métodos que unas veces ayudan a los alumnos y otras les marean. Todos ellos se embarcan en el largo viaje del conocimiento “de forma emotiva, inteligente y divertida”, apunta Pou.
Uno de los docentes, Irwin, es un recién licenciado en Oxford, joven y emprendedor, que el director del centro ha contratado para que ponga a los alumnos en forma ya que parece poseer un método infalible para que los estudiantes puedan afrontar con garantías las pruebas de acceso que les abrirán las puertas de universidades tan prestigiosas como las de Oxford y Cambridge. Héctor, por su parte, es el inconformista y clásico profesor de literatura que se salta todas las reglas intentando ayudar a los estudiantes a descubrir su propia sabiduría y el encargado de impartir una asignatura en la que se aprende lengua, literatura, teatro, cine y música; es decir, todo aquello que, en opinión de la cúpula de la escuela, no sirve para nada. Los diferentes criterios pedagógicos de ambos darán pie a la disputa que se entabla entre ellos por conseguir la lealtad, las mentes e incluso los corazones de los alumnos y lo que, en definitiva llevaría aparejada tanto la impartición de lecciones fundamentales como la puesta al descubierto de los defectos de cada uno de ellos.
La pieza se desarrolla en una pequeña escuela pública masculina del norte de Inglaterra en la década de los años ochenta, aunque hace una evocación de un método educativo propio de la época formativa de Bennett, cuando se entendía “la educación como estímulo del deseo de conocimiento frente a la cultura como mero trampolín para puntuar y colocarse en sociedad. La diferencia capital, en definitiva, entre saber e información”, según señala el escritor y crítico Marcos Ordoñez en la presentación de la pieza.
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